Estamos en la sociedad de la prisa, es decir, en ocasiones las personas sienten que viven tan presionadas por el factor tiempo que pierden de vista valores tan importantes como la amabilidad. Los beneficios de la amabilidad son inmensos, es decir, no solo para el otro sino también, para uno mismo. Cuando regalas una sonrisa a los demás, todo eso que aportas se transforma en una energía que te enriquece y que te envuelve con dosis de ilusión y satisfacción.
La amabilidad te enriquece como persona porque además, muestra una actitud de respeto hacia el otro tanto en el plano personal con los amigos y familiares como en el ámbito laboral en el trabajo. La amabilidad puede requerir un esfuerzo dado que a veces, implica la madurez de educar el propio estado de ánimo para recordar que los demás no son responsables de las propias frustraciones personales.
Ser amable es un aprendizaje que implica recordar que el bien común es más importante que el bien individual. Por eso, a veces también puede ser positivo priorizar los intereses de otra persona frente a los intereses propios. Esto es un acto de amor y el amor mueve el mundo.
Existen muchas formas de amabilidad como por ejemplo, la simpatía hacia el otro, la generosidad en el trato, los buenos modales, el deseo de hacer la vida agradable a otro ser humano, una palabra bonita, el cariño… Los valores humanos son fundamentales en la construcción de un mundo mejor, sin embargo, ese mundo mejor comienza por la transformación del entorno más cercano.
Sin embargo, conviene puntualizar que aquellas personas que no son amables y tienden a tener mal carácter también son aquellas que tienen dificultades para ser amables consigo mismas. Por eso, es importante tener compasión con esas personas que pasan gran parte de su tiempo enfadadas.
Una persona aprende a tratar mejor a los demás en la medida en que se trata mejor a sí misma.
Foto – Casapia