A lo largo de un largo tiempo se han tomado los términos emoción y sentimiento como sinónimos y esto generó confusión para argumentar los procesos afectivos humanos. En este momento, bastante más de cien años luego de la formulación de la primera teoría de la emoción, se conoce que son dos procesos íntimamente relacionados pero diferentes.
En 1884, William James y Carl Lang establecieron la primera teoría de las emociones en donde postulaban que éstos se llevaban a cabo a través de un desarrollo distinto al de los sentimientos. No obstante no fue hasta 1972 que un destacable investigador de las ciencias del accionar, Paul Eckman (el mismo en el que se basa la serie de tv Lie to me), clasificara las emociones simples en una lista corta, estableciera una exclusiva teoría de las emociones y las dividiera de los sentimientos.
Otro investigador –Antonio Damasio– expuso en su fenomenal libro de 1984: El error de Descartes: la causa de las emociones, que mientras las emociones se experimentan de forma física, sin un desarrollo racional previo, los sentimientos sí se opínan antes de reflejarse en el cuerpo.
Entonces, para continuar estableciendo diferencias me se ve considerable seguir las raíces etimológicas de las dos expresiones. Emoción proviene del verbo latín motere, que significa “movimiento” o distanciarse de”, lo que implica una acción en sí misma. Además, sentimiento tiene su origen en sentiré, que significa “pensar” o “darse cuenta de algo”, lo que implica un acto de racionalización.
Aquí podemos encontrar ya que, la primera enorme diferencia: más allá de estar interconectados y de expresarse igual, oséa, en el cuerpo, los dos términos siguen caminos diferentes. Y aquí entran en juego la química y la física.
PROCESO QUÍMICO VERSUS DESARROLLO AFECTIVO
Derivado de lo previo, otra de las más evidentes diferencias en relación a emociones y sentimientos es que en tanto que las primeras se tratan de un asunto químico en única –y por consiguiente inevitable-, los segundos se refieren a una cuestión afectiva, oséa, algo que en alguna forma está más preciso por nuestro ámbito popular y estudio.
Entonces al emocionarse se siguen antiquísimos esquemas biológicos que permean el organismo con reacciones fisiológicas dictaminadas por parte del cerebro, en tanto que cuando se tiene algún sentimiento, los hábitos y reacciones presentados por la persona son fundamentalmente selecciones más o menos conscientes desarrolladas por la cabeza.
Muy considerable es recalcar una segunda distingue entre emociones y sentimientos, que radica –a grosso modo, cabe aclarar-, en que mientras las primeras son innatas, repentinas e incontrolables, los sentimientos son aprendidos, mediatos y, por consiguiente, controlables.
Los estudiosos del tema no se acaban de poner en concordancia –como ya veíamos-, en el número de emociones en el hombre, pero hay al menos seis de ellas que están más evidentemente presentes y tenemos la posibilidad de identificar: alegría, tristeza, miedo, furia, sorpresa y repugnancia, (sí, precisamente las mismas que se muestran en la extraordinaria película animada Inside out, con distinción de la sorpresa).
Cuando hace aparición una emoción se dispara un desarrollo en el cual la persona básicamente no posee control y más allá de que sucede en un lapso corto de tiempo, en ese momento fugaz se tiene una reacción de la forma más correcta según la información recibida por el cerebro. Y esto sucede a través de un “atajo” principal: el sendero de la amígdala.
LA ALMENDRA DE LA SUPERVIVENCIA
La amígdala puede además nombrarse el centinela del cuerpo, porque está por siempre pendiente de aquello que puede ponerlo en compromiso y hace todo para evadir que esto ocurra.
En sí, la amígdala –que es una chiquita composición con forma de almendra-, está en el llamado cerebro profundo, que es la parte donde están las emociones simples que nombramos antes y forma parte primordial del sistema límbico, oséa la parte que regula emociones, memoria, hambre e instintos sexuales.
Cuando un estímulo se siente por alguno de los sentidos, el organismo transporta a cabo una acción en respuesta a dicho estímulo, entre otras cosas cuando debemos saludar a un individuo popular que se aproxima, la señal viaja por medio de los sentidos y llega a la corteza prefrontal en donde tomamos la preferible elección en relación al acontecimiento según los sentimientos que nos hace esa persona: somos cordiales, afectuosos, indiferentes, groseros, etc.
Este es el sendero “largo y normal” por de esta forma decirlo. Pero, ¿qué pasa si esa persona representara una clase de riesgo para nosotros? Aquí entra la amígdala y el “atajo o sendero corto” que utiliza el cuerpo por medio de la emoción.
Entre otras cosas, supongamos que nadas plácidamente en el mar y súbitamente sientes que algo pasa abajo de tus piernas. seguramente una descarga te recorrerá el cuerpo producto del miedo –una emoción-, lo que te va a hacer ponerte en estado de alerta mientras disciernes si hablamos de un riesgo o no es de esta forma.
El sendero que sigue la emoción es el “atajo” antes referido: al sentir el viable riesgo, la señal va de manera directa a la amígdala antes que al lóbulo de adelante y ésta a su vez desata la respuesta que considera más adecuada: Escapar o pelear. Por eso en este ejemplo comienzas a nadar hacia la orilla presa del miedo. Aquí no hay pensamiento, no hay discernimiento, únicamente reaccionas. Si sobrevives ya vas a tener tiempo de saber luego.
Súbitamente un compañero sale del agua detrás de ti y notas que todo fué una broma (una pesada, por cierto), entonces te percatas que el riesgo no es tal, en ese instante te detienes y volteas a verlo mientras tu corazón se controla, tu conducta cambia y tu estado de alerta pasa a un estado de relativa calma. Es en este momento que la amígdala deja de llevar a cabo su trabajo y se lo cede a la conciencia, oséa a la corteza prefrontal. Entran a escena los sentimientos.
LA CORTEZA QUE NOS HIZÓ SUPERIORES
Es aquí en donde dejamos de reaccionar, comenzamos a suponer y a tomar elecciones racionales.
El avance de la corteza prefrontal constituyó un enorme salto evolutivo que puso a los humanos en la cúspide del planeta. Más allá de que todos los animales con funcionalidades superiores tienen la capacidad de la amígdala, únicamente el hombre tiene la corteza prefrontal como tal.
Esta sector, que está en el lóbulo de adelante, comprende un 30% del total de la corteza cerebral, oséa su extensión la constituye en un sitio de suma consideración. Y es aquí, en la mitad de este mecanismo complejo en donde se ocultan las elecciones que nos hacen presenciar sentimientos hacia algo o alguien.
Cuando una emoción llega a la parte de adelante y esta piensa alrededor de ella, se le añaden cargas plus de vivencias vividas antes, de aprendizajes o de referencia que nos hacen inclinarnos por uno u otro sentimiento. En este sentido se puede decir que los sentimientos son emociones que se han extendido el tiempo bastante para ser pensadas.
Un animal que se sienta en riesgo luchará o huirá, y aprenderá basado en eso, pero únicamente se va a quedar en ese estadio. Para él, esa amenaza –real o ficticia-, va a seguir siendo una amenaza, no va a poder detenerse a suponer si de todos modos constituye un riesgo. No obstante, el hombre –a través de la corteza prefrontal y los sentimientos-, sí puede hacer esta diferenciación.
Por eso nos paramos en nuestra huida al notar que la sombra debajo de nuestros pies en el agua, no es un tiburón sino otra persona. Por el momento no nos domina la emoción (miedo), en este momento entran los sentimientos (enojo, pena, resentimiento, venganza) frente él. Tenemos la posibilidad de diferenciar –ahora que pensamos y no únicamente reaccionamos-, que nuestro amigo no constituye un riesgo, aunque el muy bastardo nos haya pegado un susto de muerte. Y hasta somos capaces de bromear con él en relación al acontecimiento.
Para terminar este corto artículo (desde después que el tema otorga para bastante más), no debemos olvidar que sentimientos como emociones forman parte intrínseca y primordial en los procesos del sistema límbico y que una variación en alguno con toda seguridad va a crear una desconexión de todo el mundo real. Prueba de esto son los asesinos psicópatas que más allá de que tienen la posibilidad de llegar a exhibir alguna emoción, al no registrar los sentimientos que tengan la posibilidad de vincularse a esas emociones, tienen la posibilidad de realizar los más inclasificables actos de horror.